Nos miramos en silencio, todavía desde la cama, tratando de descifrar lo que implica este último giro de acontecimientos. El anuncio, conjeturamos, podría calmar los ánimos lo suficiente para que nuestro plan de continuar hacia Uyuni sea todavía una posibilidad.
Son las siete de la mañana. El hombre en la televisión es Evo Morales, el presidente de Bolivia. Debajo suyo rotan variaciones del mismo titular:
se ha decidido convocar nuevas elecciones.
Nos miramos en silencio, todavía desde la cama, tratando de descifrar lo que implica este último giro de acontecimientos. El anuncio, conjeturamos, podría calmar los ánimos lo suficiente para que nuestro plan de continuar hacia Uyuni sea todavía una posibilidad.
Sin embargo, el optimismo dura poco. Mientras desayunamos, las noticias muestran un desfile de personajes opositores pidiendo la renuncia de Morales. Entre cada declaración, transmiten escenas de lo que parecen protestas en varios puntos del país. Una comisión de mineros que se dirigía a La Paz proveniente de Potosí, se dice, ha sido atacada por francotiradores en un bloqueo cercano a Oruro dejando varias víctimas mortales.
Los rumores en el pequeño hotel de carretera hablan de barricadas en el siguiente pueblo. Más adelante, bloqueos y enfrentamientos. La sección más crítica se sitúa más al sur, en la vía nacional Oruro – Uyuni, justo la misma que hemos intentado tomar. La información es fragmentada y los reportes confusos pero hay un consenso general: lejos de mejorar, la situación está empeorando.
Después de discutirlo con mapa en mano, decidimos tomar una ruta secundaria y hacer un desvío de unos 200 kms hacia el oeste para evitar Oruro y alcanzar a Uyuni por vías menos transitadas.
Compramos agua y provisiones. Don Abraham, el dueño, se toma una foto con nosotros antes de salir hacia Patacamaya, nuestro primer hito del día. Tiene una reconfortante energía paterna que en este momento se siente como una bendición.
Los dos carriles contrarios permanecen vacíos. Pronto aparecen autos en dirección opuesta, invadiendo uno de los nuestros. Sabemos lo que significa pero decidimos seguir. Cinco minutos después, el siguiente pueblo aparece en el horizonte. La enorme fila de autos estacionados en la salida opuesta confirma lo que ya sospechábamos: otro bloqueo.
A un costado, en la entrada hacia una carretera de tierra, divisamos otro grupo, más pequeño, detenido. Unas personas han bajado de los vehículos y parecen estudiar algo en la vía. Nos acercamos y encontramos que una larga y profunda zanja, paralela a la vía del tren, para bloquear el paso. Seguramente un intento de los manifestantes por cerrar los posibles desvíos. Después de una pausa, parados sobre los posapies para maniobrar mejor, nos lanzamos en diagonal por un estrecho espacio libre de rocas. Las motos se sacuden y saltan con violencia como potros salvajes. De alguna forma, hemos conseguido pasar.
Aun me vibran un poco los dientes por el remezón cuando aparece la siguiente sorpresa, esta vez en forma de río. A diferencia del lecho seco del día anterior, éste fluye alegremente arrastrando suficiente caudal como para resultar inquietante. El agua es de un bonito azul turquesa. Dentro de ella, hasta la cadera, hay una mujer. Se apoya con una mano en un letrero de madera que lee “PROHIBIDO MOTOS” mientras nos invita a pasar con la otra. Otro pequeño guiño del viaje que no pasa desapercibido. Jorge entra primero. Al llegar a la parte más profunda, la moto alcanza un suelo lleno de rocas y se sacude por un momento al perder agarre. Con un golpe de acelerador, consigue enderezarse y atraviesa al otro lado sin problema.
Nos detenemos constantemente para intentar descifrar esta intrincada red de caminos secundarios. El GPS sólo registra una porción minúscula, debemos apoyarnos en conjeturas y un poco en el azar para continuar. Durante un rato, avanzamos sin novedad por el difícil terreno. Las motos, que deben sobrepasar los 300 kilos, se comportan a la altura. Cada vez me sorprende más su resistencia. En verdad son máquinas increíbles.
Desde que cruzamos el río, no hemos visto a nadie más. Los caminos y las casas que se divisan desde él parecen desiertos. Sin embargo, esto está a punto de cambiar pues nos encontramos de frente con un retén improvisado. El descubrimiento nos toma por sorpresa. ¿De dónde han salido y por qué están en un punto tan alejado de la vía principal? De repente, comprendo que la aparente soledad ha sido sólo eso, una ilusión y que hay ojos viéndonos. No hay tiempo para pensar mucho más pues nos hacen señales para detenernos.
El retén está conformado por una docena de personas. La mayoría están sentadas al lado del camino bajo el fuerte sol. Junto a ellos hay botellas y comida. Nadie habla. Son todos de apariencia campesina, muy humildes. El rostro vivo de la desigualdad. Es la primera vez que estamos tan cerca físicamente. Quiero preguntarles sobre la situación. Escuchar de sus propias voces lo que está pasando. Lo que sabemos es sólo una isla en un gran mar de suposiciones. Pero mi instinto me dice que éste no es el momento. En sus miradas, entre el cansancio, creo ver algo de desconfianza. Intento vernos a través de sus ojos y me parece comprenderlo. Somos dos extranjeros en motos enormes cargados de maletas. Nos han encontrado en un camino secundario intentando eludir los bloqueos de las vías principales. Los sucesos de ayer nos mostraron que hacerlo es una grave falta de respeto. Nunca fue nuestra intención, por supuesto, pero eso ellos no tienen forma de saberlo.
Una voz me devuelve a la realidad. Pertenece al hombre que hasta hace un momento sostenía la soga que impedía el paso. Se ha acercado hasta Jorge y sus preguntas me llegan hasta mí a través del intercomunicador. De dónde venimos, para dónde vamos, de dónde somos, qué hacemos ahí. La tensión es palpable. Un segundo hombre se acerca hacía mí y repite el cuestionario. Nuestras respuestas parecen satisfacerlos. Tras una breve pausa en silencio. Nos piden algo de ayuda para la causa. Les damos algo de dinero. Con la cabeza, sin mediar palabra, nos hacen un gesto para que avancemos.
Continuamos. Nos encontramos con algunos vehículos que vienen en dirección contraria. Buena señal. Debemos estar cerca de Patacamaya. Seguimos en esa dirección y en efecto, unos minutos después hemos alcanzado nuestra primera parada. La alegría inicial se mezcla con algo de preocupación. El desvío ha funcionado, hemos evitado el bloqueo. Sin embargo, han pasado casi dos horas y apenas avanzado 32 kilómetros. Quedan alrededor de 660 para alcanzar Uyuni. Nos ponemos rápidamente en marcha. No lo sabemos aún pero la prisa me lleva a cometer un error. He olvidado repostar gasolina.